Un cielo azul celeste remendado por nubes albas como hermosos corderillos celestiales pone techo a la preciosa mañana del mes de mayo en la dehesa. Chupamieles, amapolas, margaritas, jaramagos, lavandas, romeros y retamas en plenitud colorean la inmensidad del campo de Salamanca. La sombra de una vetusta encina nos ampara a la espera de quien, como un sabio guía, nos ilustra e ilumina con los susurros de su voz cada vez que nos adentramos en las entrañas de los predios de La Torre. Barruntándose en la lejanía, el ronroneo del motorizado carruaje que nos trasladará a una época pretérita de la tauromaquia se funde de inmediato con la estruendosa armonía de pajarillos, cigarras y abejorros que ponen banda sonora a la espléndida primavera que nos ocupa.
Atravesando una cancela coronada por el laureado anagrama de F, profanamos no sin congoja, el último santuario de los patasblancas de la familia Cobaleda. El tupido manto floral del acotado cobija en su interior a los últimos infantes de Barcialejo.
Aguerridos gladiadores, nacidos en el fragor de la batalla por la búsqueda de ese añorado grial de bravura, que gracias a la exigencia de unos “pocos ignorantes”, amantes de lo superfluo y lo banal, navegaron durante años a la deriva azotados por las tempestades del ostracismo y el olvido de público, profesionales y “aficionados”.
Rugiendo furiosos a los dominios del todopoderoso Zeus, claman con ahínco su ardiente carácter, tronando sin descanso los acordes de lejanas sinfonías de bravura compuestas para los mejores intérpretes del arte inmemorial del toreo.
Aquellos Ordóñez, Paquirri, Manolete, Marcial, El Viti, Camino, Bienvenida, Pepe Luis… ¡Qué pena!, no volverán.
Pero sí perviven al abrigo de nuestro bosque de quercus milenarios, los herederos de aquellos bureles de fantasía que vestían sus oníricos ropajes berrendos.
Siguen perpetuando su estirpe bizarra, aquel loco sueño que creó el mítico Pepe Vega y que persiguieron los hermanos Villar, siendo consolidado por las familias Galache y Sánchez Cobaleda en el campo charro.
El feble vuelo de una bella abubilla nos acompaña en nuestro místico paseo por la historia brava de nuestra tierra.
Mientras se acicala, presta a ser retratada para la posteridad, uno de los últimos berrendos titanes olvidados se aproxima clamando su reinado en estas tierras, advirtiendo a quienes osamos perturbar la paz de estos pagos que él y sus cornúpetas hermanos son protagonistas del último rito sacrificial de la cultura moderna.
Seres mitológicos vestidos con traje albinegro que derramarán el cáliz de vida en la arena del coso, dando sentido al toreo, el arte que inspira al arte.
Abrumados por el irrepetible espectáculo de la primavera en el campo charro, recorremos el último de los rincones de la finca, allí donde se guardan los tesoros más preciados de Jesús Cobaleda. Colosos de aceradas bayonetas que defenderán su corajuda estirpe frente a valerosos hombres en el albero.
Con Helios en todo lo alto e irradiando su luz vital nos retiramos, no sin antes detenernos a contemplar una estampa cautivadora. Cobijado por la intimidad de la dehesa, el silencio se trunca con el ronco reburdeo del toro, que guiado por su linaje, brama al horizonte. Al horizonte de las tierras que vieron nacer su mito, el horizonte de las tierras de Terrubias.
Un día más nos declaramos amantes empedernidos del campo, del toro y de sus hombres. Un día más, enamorados de Barcial; el último reducto de la leyenda de los héroes en blanco y negro del campo charro.
Por Adrián Pérez Pérez
2 Comments
Tan espectacular reportaje como los toros y novillos de la F. ¡Enhorabuena de verdad!
Ojalá pronto puedan desarrollar su bravura rodeados de las miradas de admiradores y enamorados de este animal.
Muchísimas gracias Raquel! Ojalá veamos cumplir ese deseo que todos tenemos, verlos embestir en una plaza con el calor de los aficionados, recordando tiempos pretéritos. Un abrazo fuerte amiga.