Despacio, como decía don Álvaro.
Despacio, con buenos mimbres e ilusión.
Sin prisa y con perseverancia. Desde abajo, con paso corto pero firme, el objetivo marcado y la honradez y humildad como faro. Transitando reveses y alegrías que, al final del camino, desembocarán en satisfacciones.
Dejamos atrás la taurinísima Fuente de San Esteban, de frente y por derecho, en dirección a Villares de Yeltes. Tras un breve recorrido llegamos al refugio donde nace, crece y se cuaja la ilusión de don Alberto Orive, ganadero de abolengo de nuestro Campo Charro.
Con sus gafas oscuras y el habano encendido nos ilustra con cada gesto, ademán y enseñanza que de su relato emana.
El ronroneo ronco del motor de su Land Rover perturba la paz del cercado de los machos. Poco a poco, cuales hoplitas griegos, surgen los utreros entre el robledal portando astifinos pitones, de palas blancas y negras puntas, de esas que encogen el ánimo de coletudos, maletillas y chandaleros.
Aires de Vejer, que beben los vientos de la charrería y se reflejan en las aguas de la rivera del Yeltes.
Guardianes de alma rumbera, noble mirada y procedentes de la sangre brava que brota del inagotable manantial de la Janda. Garantes de la afición verdadera de un charro lígrimo, que soñó desde niño con lances de seda y percal, parando el tiempo, templando el espíritu y mandando en el destino de su afición.
Nos despedimos de Las Tapias, aún cubiertos por el manto de respeto, afición e ilusión que vela allí los avatares de cada día.
Volvemos a casa para transmitiros #DesdeLaAficiónAlToroBravo, la verdad del toro bravo en el campo.
Siempre agradecidos a todas y cada una de las personas que nos han ayudado en nuestros primeros pasos.
Texto: Adrián Pérez Pérez