El olor a paja seca en la inmensidad de la rastrojera inunda el aire de las primeras horas de la tarde del mes de junio en las tierras de Salamanca. El dorado manto del incipiente verano tiñe hasta donde alcanza la vista ambos márgenes del polvoriento camino, que contrasta con la pulcritud de la blanca portada blasonada con el hierro centenario que, como el apóstol San Pedro a las puertas del cielo, custodia el oasis de la dehesa. El jardín del Edén de la vieja Alquería de Miguel Muñoz aún bulle plena de vida dentro de la inmensidad del campo charro.
El leve susurro del recorrido que nos seduce al sumergirnos en las entrañas del sueño ganadero que enamora el alma de estos predios, nos embarca en un verdadero viaje en el que volvemos varias décadas atrás en el tiempo. Esos tiempos en los que vaqueros y zagales vivían por y para el toro y crecían “al rabo de la vaca”, en los que el campo era campo, en los que la dehesa retumbaba con los bramidos de las vacas bravas llamando a sus becerrillos. Esos tiempos en los que el repique de cencerros ponía banda sonora al amanecer de las fincas y en el horizonte se recortaba la figura del jinete campero con su jaca bien enjaezada, moviendo alegre el mosquero, la garrocha al hombro y zahones y gorra visera a galope corto por la vereda. Aquellos tiempos en los que solo la ronca voz del mayoral apaciguaba el quejumbroso turreo de los toros en sus ardores guerreros del atardecer de la primavera. Esos tiempos nunca abandonaron esta casa y siguen vivos gracias al romanticismo bohemio de Javier y Carlos, guardianes de los desvelos de la herencia brava de la familia de Don Ángel Sánchez y Sánchez.
Las zaínas y entrepeladas madres de la ganadería se presentan curiosas ante nosotros. Tímidas al principio, recelan de mostrarse en plenitud para, pasado un corto tiempo, llegar incluso a ignorar displicentemente nuestra presencia.
Contrastes únicos que nos enseña la contemplación del toro bravo en el campo. Tímido y a la vez curioso, receloso y arrogante, noble pero fiero, siempre rezumando seguridad en sí mismo, sabedor de su implacable ira y titánica fortaleza.
Las nieves del tiempo platean las sienes de las ilustres veteranas de la vacada, como trovaba Carlos Gardel, veinte años no son nada.
Su febril mirada encerrando siglos de alquimia brava, desde las primeras reses que pisaran Juan Gómez, posteriormente seleccionadas por Eduardo Ibarra, depuradas por la familia Murube y que quintaesenció el fabuloso Carlos Urquijo, nos encamina hacia el acotado donde los machos de saca aguardan pacientes al último combate de su historia.
Entre ellos los gladiadores que salieron victoriosos, ya recuperados del gran envite en las arenas del palenque taurino, vivirán hasta el fin de sus días perpetuando su linaje en el paraíso de Miguel Muñoz.
La tarde avanza sin prisa y nos adentramos ahora en un mar de flores que cubre con un manto morado la tierra que pisan los bravos que nos rodean.
Centenarias encinas se recortan tocando el cielo enmarcando portales que quedarán retratadas para el recuerdo.
A lo lejos Monterrubio de la Sierra, localidad orgullosa de contar en su territorio con hombres como Félix García-Cascón y su equipo, hombres que viven apasionadamente el sueño de la ganadería brava.
Despedimos nuestra visita a nuestro amado campo charro conversando en los aledaños del caserío, pero no sin antes admirar lo que con tantísimo cariño se guarda en el interior de las edificaciones; quizá uno de los rincones que más historia encierra dentro del campo charro, el guadarnés de la casa.
Un día más dejamos atrás el sol escondiéndose tras el horizonte de nuestro bosque de quercus milenarios. Un día más el alma vuela libre, vuela alto sin cadenas ni confinamientos. Un día más somos libres por poder disfrutar del campo y sus animales, libres como el toro bravo en la dehesa charra, libres como los Murubes de Miguel Muñoz, galopando al compás de las nubes que custodian el Olimpo de los toros bravos.
Pase lo que pase no desfalleceremos, continuaremos sin descanso ni rendición mientras quede un animal bravo en la dehesa transmitiendo desde la afición al toro bravo, la verdad del toro en el campo.
Por Adrián Pérez Pérez