Es algo natural. Es una percepción que difícilmente se puede describir con palabras. Es algo innato en nuestra condición humana. Es, a nuestro entender, el último instinto heredado de nuestros ancestros más primigenios. Ese sentimiento irrefrenable de pertenencia. El sentir que nos encontramos en nuestro hogar. Es cruzar la línea etérea y únicamente imaginaria que separa nuestra comodidad, nuestro sentimiento de bienestar, el lugar donde podemos respirar tranquilos y relajados, de ese otro ambiente que nos desestabiliza, que no nos deja mostrarnos tal y como nos sale de dentro, que no nos permite ser, estar, fluir ni sentir en libertad. Esa tan extraña y a la vez familiar sensación de encontrarnos en casa es la que nos mueve cada día a desplazarnos al inmenso mar de encinas, al amado bosque de quercus milenarios de nuestro anhelado campo charro, recorriendo nuestro cuerpo colmándonos de gozo y dibujando una sonrisa de párvulo enamorado.
Al atravesar la cancela de negra forja ya casi raída por el inexorable paso de los años, nuestro gesto se torna alegre y risueño, nos encontramos de nuevo en nuestra querencia. Esa sensación de estar de nuevo en el hogar nos embriaga al adentrarnos en uno de los paraísos de la ribera de uno de los ríos cuyas aguas más bravura han regado en nuestro idolatrado campo charro. El inconfundible molino de viento sacado de los más empolvados westerns, junto con los aromas a tradición charra en la cría del toro de lidia se fusionan en la margen izquierda del río Huebra. Nos encontramos en una de las casas ganaderas que nos cautivó el corazón desde que empezase nuestra andadura como collera en el mundo del toro hace ya más de ocho años. Nos hallamos en los predios propiedad de Don Ricardo Sánchez García – Torres, el último hombre en pié de aquella fabulosa generación de ganaderos que hicieron verdaderamente grande la bravura de nuestra Salamanca taurina.
Los acotados de vetusta mampostería y oxidados espinos sujetos con duelas de las mismas entrañas de las viejas barricas de la historia, encierran dos de los más preciados tesoros genéticos de la cabaña brava de todo el mundo. Bajo las amorosas sombras de las milenarias encinas y sobre el tapiz de los pastos de Agustínez, la vacada marcada a fuego con la A volteada de la casa madre, ya sea en el anca o en la solana, se muestra con una gallardía y vida envidiables.
Los encendidos ojos, negros con el mismísimo carbón extraído de las más profundas minas de la casta brava, junto con el pelo terso, brillante y fino como el terciopelo cubriendo las aceradas y recias musculaturas de los ejemplares marcados a fuego con el anagrama en el anca; los animales “de casa” como siempre los llama Don Ricardo, son un auténtico tratado de historia de la tauromaquia en sí mismos.
Son los únicos e irrepetibles representantes de la azarosa cruza de sementales del Excmo. Sr. Conde de Santa Coloma con hembras del Excmo. Sr. Duque de Veragua que realizase hace hoy ciento treinta años un personaje sin parangón: Don José de Echevarría y Bengoa, Excmo. Sr. Marqués de Villagodio, quien en su finca zamorana de San Pelayo, en el término municipal de Coreses, dio vida a un nuevo linaje de bravura. Como sucede en múltiples ocasiones, tras varias vicisitudes a lo largo de las décadas, en 1924 llega el hato ganadero a la provincia de Salamanca de la mano de Don Ignacio y Don Antonio Sánchez y Sánchez de Agustínez, este último, padre de Don Ricardo. En 1967 tras el fallecimiento de su progenitor, Don Ricardo se hace responsable de la vacada de estirpe Villagodio, siendo así, el último y único representante de este encaste en el panorama taurino.
Las Ibizas, Bígonas, Añas, Boleras, Sardanas y todas sus hermanas e hijas poseen en el corazón de su criador, un rinconcito muy especial reservado.
Son el nexo de unión con sus ancestros, con aquellos charros lígrimos que pusieron los cimientos para edificar la historia del toro charro desde Agustínez, Sepúlveda, Gallegos, Rodasviejas o Buenabarba.
Pero los fogosos animales “de casa” no son los únicos moradores de Agustínez. Herrados en la solana, unas pocas decenas de negras, coloradas, burracas, cárdenas y carboneras reminiscencias de aquellas reses que destilase en su alambique de Martihernando el Mago de Campocerrado, aún riegan con su inagotable bravura y clase los acotados de la ribera del Huebra.
Don Ricardo y su mujer Doña Pilar, grandes y cabales aficionados se quedaron prendados hace ya casi medio siglo de la enclasada bravura de los discípulos de Don Ata, y a través de otro gran ganadero charro, Don Arturo Gallego, arribaron a Agustínez un tropel de vacas procedentes del manantial de Campocerrado. Curiosas, Madrilitas, Gañafleras, Yegüeras, Pitinescas, Gironas, Malagueras y un sinfín de las más exitosas reates de su estirpe siguen viviendo, procreando y esparciendo su brava semilla, ya casi única en el campo bravo, dentro de los confines de Don Ricardo.
Villagodios y Atanasios, fogosidad y bravura, poder y clase, casta y entrega. Un matrimonio esquivo, a la par que fabuloso. Un binomio dispar y complementario. Dos sangres bravas lejanas pero unidas y seleccionadas bajo un mismo criterio, la búsqueda del toro verdaderamente bravo.
Cada minuto que nuestra alma se encuentra cobijada bajo las encinas de Agustínez y con el susurrar del turreo de los toros en las mañanas frescas del invierno charro tronando en nuestros oídos, se nos antoja un auténtico regalo para nuestra afición. Al lado de Don Ricardo y su familia volvemos a sentir esa sensación de bienestar, esa sensación de ser, de pertenencia.
Cada momento en Agustínez, es un auténtico soplo de hospitalidad, de encontrarnos en nuestro verdadero hogar, donde padre, hijos y nietos viven por y para el toro bravo.
Nunca nos cansaremos de agradecer todos los momentos compartidos, las charlas, miradas y cada uno de los tesoros compartidos con nosotros a través de sus pequeñas libretitas, ese sabor añejo hoy ya extinto en el campo bravo. Gracias por permitirnos formar parte de su casa Don Ricardo.
Desde este humilde reportaje, queremos agradecer a todos y cada uno de los nombres propios que nos han ayudado a recorrer este bello camino en pos de nuestra afición, pero hoy en especial, queremos mencionar a Don Ricardo Sánchez y a sus hijos, en especial a Don Ricardo Sánchez Ávila, quien siempre está presto y dispuesto para atendernos.
Hoy y siempre seguiremos transmitiendo desde la afición al toro bravo, la verdad del toro en el campo.
Por Adrián Pérez Pérez