Un plomizo cielo pone techo al nuevo viaje emprendido por los dos charros peregrinos de afición. Una humedad que se mastica en el ambiente resbala por los gestos de nuestra cara mientras atravesamos las localidades de Alaejos, Pollos, Tordesillas, Serrada, Valdestillas, hasta llegar a nuestro destino, la villa de Boecillo. Por los celebérrimos campos de la planicie de la meseta castellana seguimos los pasos que llevaron a la forja de un reino irrepetible que, gobernado bajo el cetro de una reina fuerte, indomable, magnánima, bizarra, justa y católica, Doña Isabel I, desafió a la historia. Siendo Doña Isabel tan solo una inocente niña aún en los predios de Madrigal de las Altas Torres junto a su amado hermano el infante Don Alfonso y, mientras los ejércitos castellanos recorrían veredas y cañadas hacia la capital vallisoletana, ya florecían por los humedales del paraje de “El Raso” reses de bravura ignota, primitiva, inmortal y animal que aún hogaño, arde como la candela.
Casi seis siglos después, en pleno siglo XXI, un pequeño vestigio de aquellos astados coetáneos del esplendor del reino que la gran reina Isabel llevase a ser el más próspero de la vieja Europa, sigue vivo en los predios marismeños del Raso de Portillo. Aquí, en el corazón del secarral de la vastedad castellana y franqueado por millares de pinos piñoneros, un oasis de tierras húmedas da cobijo a una estirpe brava entroncada con el mismísimo Minotauro.
Hoy los bravos del Raso reviven en Castilla las tierras blandas de la baja Andalucía, aquellas marismas del Guadalquivir donde Gerión, el rey de Tartessos criaba sus famosos toros. Digna heredera de la tradición de la cría del toro bravo en estos pagos es la familia Gamazo, que con Don Íñigo y Don Ignacio al frente, conserva intacto un legado centenario, un legajo raído y añejo del libro de los orígenes del hábitat del toro de lidia.
La amenazadora y sombría faz del cielo, junto con el ocre manto del campo agostado por los rigores del sol pucelano, constituyen un marco perturbador para las arcaicas estampas de los bureles que habitan estas tierras. Como si se sintieran amenazados por la presión urbanística de la modernidad y el exponencial crecimiento de las vecinas villas de Boecillo, Aldeamayor y la Pedraja de Portillo, los cárdenos y entrepelados astados se muestran desafiantes y en guardia frente al más mínimo atisbo de provocación.
Decenas de puñaladas al viento son lanzadas al corazón de Castilla la Vieja por los fogosos bureles de estas latitudes, desafiando al mismísimo paso del tiempo con su inmemorial existencia.
El sensible techo celestial del ceniciento día del Junio castellano llora lágrimas de emoción contenida al contemplar la evocadora estampa que quien les escribe, trae a su recuerdo.
Un verdadero titán vestido con su capa del color del mismísimo fuego que forjó las espadas de las mesnadas castellanas en su lucha contra el infiel, asciende por el cerro camino del castillo de Portillo.
Allí Don Álvaro de Luna aún llora su desdicha por la traición de su rey Don Enrique IV durante la guerra de sucesión de la que Doña Isabel saldría coronada reina. Hacia allí se dirige el toro portando dos alfanjes de Damasco aprehendidas al propio Boabdil en la toma de Granada. Serio, imponente, bravo y desafiante, con hechuras esculpidas en los fuegos del Averno ruge, brama, truena al la inmensidad ecos de arcaicas victorias.
¡Por Castilla! Parece clamar sin descanso a los cuatro vientos.
Con las últimas luces del día nos despedimos de un lugar único e irrepetible en la cría del animal más bello de la creación. Entre sus guardianes de cano pelaje reside el último testimonio vivo de un linaje antiquísimo, enraizado en los albores de Hispania y que siempre estuvo ligado a la historia de un reino basto y legendario.
Un hierro que es un pedazo de historia palpitante, un relato interminable e indescriptible de casta y bravura. La bravura de los toros de Castilla. La bravura legendaria de los toros de Raso de Portillo.
Pese a haber cambiado por un día nuestro inmenso y amado bosque de quercus milenarios por el resinoso aroma de los pinares piñoneros de la tierras de la comarca de Portillo, seguiremos desde la afición al toro bravo, transmitiendo la verdad del toro en el campo.
Por Adrián Pérez Pérez
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