Suena nuestro perpetuo compañero en las primeras horas de la tarde soleada de finales del mes de febrero en Salamanca. Iluminándose con alegría, la pantalla del teléfono móvil indica que está llamando un buen amigo. Gabriel nos emplaza en unos minutos a que nos acerquemos al campo, a su rincón preferido, porque quiere que seamos partícipes de la celebración que acontece esa tarde en la ganadería. Pasan poco más de las tres de la tarde cuando autovía en ristre, nos encaminamos hacia el norte a través de la Ruta de la Plata. Pocos minutos después, el desvío de Villamor de los Escuderos y El Cubo de la Tierra del Vino nos indica que estamos muy próximos a nuestro destino. Recorriendo las curvas del sinuoso camino de pedregoso firme llegamos al lugar donde la pasión por el toro bravo impregna el aire que respiramos, La Dehesita.
Tras la puerta verde por la que nos sumergimos en los dominios de la familia Bragado de Fuentespreadas, nos recibe otro gran amigo; Óscar. Hoy es un día festivo en la ganadería, la algarabía inunda el viento, el ronco ronroneo de los motores de los todoterrenos de los amigos de la casa rasga el silencio de la paz del campo, el fervor apasionado del herragás ruboriza los hierros que rubricarán de por vida el cuero de los alevines de toro de lidia que cría esta humilde familia en los primeros terruños de la provincia de Zamora.
Después de saludar animosamente a las amistades que se encuentran invitadas al evento, un escueto remanso de sosiego retorna al campo. Es la calma que precede a los primeros compases de la faena del herradero y que se quiebra a lo lejos, dejándose intuir ancestrales clamores entre los vetustos troncos del bosque de quercus milenarios.
Redoblan los cascos de los caballos taconeando por las lomas de la finca, el repique de los cencerros se avisa en la lejanía pregonando que la manada se acerca a paso ligero. De inmediato, el trueno del galope de la cohorte brava junto con las voces de los jinetes vaqueros, y el campaneo de los esquilones de la berrenda parada acercándose, inunda el campo cual ejército exhibiendo su poderío. Una nube de polvo nublando la vista y el cerrojazo de la puerta tras la manada pone fin al encierro.
Desde lo alto de los corrales acompañado por su perpetua sonrisa y su inseparable libreta, Mario dirige la faena del bautismo de fuego.
Uno tras otro van apartándose los príncipes de la dehesa que, tras pasar por el cajón de herrar, dejarán de ser el hijo de fulanita y se convertirán en señores del campo bravo, reyes que serán conocidos por su nombre propio por todos los aficionados una vez que defiendan con orgullo su bravura y estirpe en cualquier villa de nuestra piel de toro.
El sabor de la tradición no desaparece en esta casa, un menudo becerrillo es derribado por el gentío asistente a la faena, César, Álvaro, Dani, Zurdo, etc, se agarran sin pensarlo para mancornar al bravío animal, perpetuando así la esencia de hace siglos, marcando a los animales en el suelo, con el esfuerzo, pericia y sudor de los zagales doblegando el ardiente carácter de la bestia brava.
Temprano cada mañana las ilusiones y anhelos de la familia cautivan sus pensamientos, siempre con el toro bravo en su horizonte, luchan por sacar adelante el sueño de seguir criando el toro bravo en las tierras de El Cubo de la Tierra del Vino.
En esta humilde casa ganadera no hay lugar para excesos ni lujos; los hombres cuidan celosamente de sus animales sin reparo de manchar sus manos e incluso anteponiendo su propia integridad para salvaguardar la vida de los bravos que con tantísimo esmero e ilusión se preservan en los encinares de La Dehesita.
Aquellas reses de las patas blancas que reinaron hasta hace escasas fechas por estos pagos marcaron el carácter y la personalidad de los hombres que hoy alimentan la llama de la afición a la ganadería brava.
Perseverando en aquel proyecto que hace décadas iniciaron dos apasionados del toro realmente bravo, los hermanos Dámaso y Mario Bragado con reses de procedencia Vega Villar, y que hoy sus hijos Óscar y Gabriel Bragado perpetúan sin desánimo intentando resolver el enigma de la bravura inmortal.
Sin darse importancia, en silencio, con humildad y el respeto al toro por bandera, escriben con paciencia su historia. Una historia labrada con esfuerzo, tesón y constancia y que desde hace años cautivó nuestros corazones de aficionado.
Hoy queremos mostraros un pedacito de la historia de una ganadería única y a la que nos une un grandísimo respeto, amor y sobre todo AMISTAD. Gracias, ahora y siempre por todo. Gracias, Óscar y Gabi.
Siempre Desde la Afición al Toro Bravo intentando transmitir la verdad del toro bravo en el campo.
Por: Adrián Pérez Pérez
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