El intenso verdor de la fresca hierba de los albores de marzo, cual mensaje de esperanza de Filípides tras la batalla de Marathon, se hace presente hoy en los términos de la comarca de El Robledo. Los suaves susurros de la incipiente primavera allende la Raya y las fastuosas murallas de la Sierra de Béjar tintinean con alegría en los murmullos de los corrillos de los hombres que moran las tierras de Fuenteguinaldo. Como un penitente anhelando la redención de su pecado de afición, ascendemos por la sinuosa carretera con las nubes como único horizonte en pos de los quebrados de Juancaballero.
La sorpresa y el asombro al contemplar tan increíble paraje en la cría del animal que enamora nuestros corazones no puede disimularse en nuestro semblante. En compañía del férreo guardián de este pedacito de sueño, descubrimos cada rincón de esta ilusión.
Los vientos que braman desde el vecino Atlántico, tras apaciguar su ánimo a su paso por Lusitania, cuchichean al oído de los cornúpetas moradores del feudo.
Soberbios bureles que con rictus recio y retador, como Aquiles antes de desplegar su cólera, contemplan impertérritos a quien les retrata para la historia.
El hirviente carácter de estas reses, entroncadas con las mismísimas entrañas de esta tierra sobre la que escribirán versos de leyenda, tiñe de tonos colorados como ardiente candela y negros como zaíno carbón las capas que visten sus nervudos cuerpos.
Tras dibujar las letras del sabio refrán en los legajos de nuestra memoria, y habiendo conocido las futuras tempestades de bravura que azotarán sin desánimo la arena de los cosos de nuestra piel de toro, visitamos los vientos que les engendran y alumbran.
Los retratos de los dioses helenos del vendaval, Noto y Eurus, aquí cobran vida. Las afiladas alabardas de las madres de la ganadería hieren el cielo de El Risco sin piedad.
Con ellas y, tras jugarse la vida en el anfiteatro del albero, un último gladiador de pelo de fuego disfruta de su vida como garante de los anhelos y desvelos de su criador.
Animales de negros ojos que encierran un torrente genético y personalidad propia acuñada durante más de medio siglo en estas tierras linderas de la patria de los fados.
Desandando el camino por los quebrados de la finca, dos brasas encendidas se dibujan en el verdor del acotado. Emulando a los míticos Céfiro y Bóreas, Verdulero y Verdasco se aprestan a lucir sus apolíneas formas frente a nosotros.
Ellos, y solo ellos, son las deidades a quienes rinde culto su lígrimo propietario.
Nos despedimos hoy de las tierras bañadas por los vientos del Oeste. Dejamos atrás una tarde de recuerdos imborrables, donde la sencillez, simpatía y seriedad de un hombre apegado al terruño y sus animales, vuelve a colmar de vida e ilusión nuestro pecho para continuar mostrando Desde la Afición al Toro Bravo los rincones secretos del campo charro, aquellos en los que los últimos hombres románticos entregan su vida al toro de lidia.
Texto by Adrián Pérez Pérez
2 Comments
Cuantos haciendo cosas de toros y que pocos con tanto gusto, enhorabuena a los dos!
Muchísimas gracias Albert, creo que es un poquito lo que intentamos conseguir todos aquellos que tenemos esto como forma de vida, como motor, y en estos días que acontecen es importante ¨traslasdarnos¨ al campo que tanto añoramos.
Un cordial saludo, cuídate.