Bebiendo los vientos que se escabullen entre las legendarias Columnas de Hércules, refrescando sus pezuñas en las templadas aguas del que los romanos llamaron Mare Nostrum, vive el último califa olvidado de Al Ándalus.
Como un perpetuo vigía contempla y custodia celosamente sus tierras cada día al despertar la aurora, mientras los rayos del inocente sol centellean en su cobrizo traje de bravura. Como un sheij celoso de su alcurnia, bruñe con vehemencia los dos alfanjes de Damasco que coronan su astracanada testa.
Descendiente de la más prolija de las estirpes del toro de lidia porta en lo más hondo de sus ser áurea ambrosía corriendo por sus venas, bermejo coraje heredado de su bizarro padre, el que con cada embestida “a golpe de riñón” de sus retoños tras la escarlata franela del torero, contaba la historia escrita por la pluma de la afición desmedida de su criador, don Javier Núñez.
El último muecín andalusí aún clama con fuerza y gallardía desde el alminar de La Palmosilla.
Guardián del Estrecho
Entre tréboles de intenso verdor
un coloso castaño reburde.
Clama las cuitas de su amor,
ardiéndole dentro como lumbre.
Truena su voz por estos pagos,
bramando su ánimo hoy airado.
Tierra madre de toros bravos
gobernada hoy por el 17 Abandonado.
Hoy el corazón se encoje en el pecho
por haber conocido en las tierras de Tarifa
al guardián de los horizontes del Estrecho,
al custodio de los vientos de La Palmosilla.
Texto: Adrián Pérez Pérez
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