Volver.
Con los quejíos de una guitarra española deleitando el oído y la perpetua compañía de nuestro amado bosque de quercus milenarios ilustrando nuestra mirada, despaciosa y amorosamente como cantaba Estrella, hoy regresamos a las tierras de la ribera del Yeltes. Una vez más, la legendaria calleja por la que caminaron siglos atrás peregrinos de bravura y afición, nos recibe envuelta en su místico halo que sobrecoge a todo el que la transita con el deseo de empaparse de su prolija historia. El silencio de la soleada tarde de febrero en la dehesa acompaña a los dos incansables charros viajeros; hoy comparten pareceres y paladean las bondades de estas tierras, al lado de uno de sus más sinceros y respetados amigos: el eterno defensor del toro charro por antonomasia, uno de los últimos románticos estudiosos del toro bravo de Salamanca. Coronando el Sierro de Sepúlveda nos adentramos en el latifundio en que se fragua la ilusión ganadera de los hijos del añorado Luis Sánchez Ortiz de Urbina.
Los márgenes de la rivera del Yeltes se llenan de vida en las postrimerías del invierno en los campos de Salamanca. Los pequeños alevines de toro bravo corretean entre las recias figuras de sus gallardas madres.
La algarabía de la juventud de los párvulos de la casa contrasta con la arrogancia y sosegada prestancia del rey del harén, negro burel de atezados ojos que porta en su linaje los anhelos e ilusiones que hoy persigue esta asolerada casa ganadera.
Emulando a su recio padre, cual patriarca de la manada, uno de los futuros reyes de la ganadería se encarama a una de las lomas del cercado para contemplar con soberbia altanería a quienes un día en el albero de la historia, retratarán y trovarán la leyenda de su existencia brava.
Camina parsimoniosa la tarde en los pagos que habitan las reses marcadas a fuego en el anca con el mítico marchamo de la B enmarcada. El silencio de la timidez de los moradores de estos territorios se ve segado con el suave silbido de la brisa siseando sobre las muertes coronadas de los reyes de la ganadería. Tocados con pavorosas bayonetas forjadas en los fuegos del mismísimo Hefesto desvelan sus hercúleas hechuras los futuros toros de saca.
Verdaderas obras de arte en el lienzo de la dehesa, reminiscencias de la tupida bruma de las faldas de la Peña de Francia y gráciles recuerdos de la tradición minera de Almadén, reyes con corona de plata que bajo el abrigo del encinar salmantino han adquirido personalidad propia bajo el molde de la tradición ganadera de sus lígrimos criadores.
Estas negras, burracas, mulatas y coloradas ensoñaciones de triunfo cautivan cada noche la almohada de quienes velan su día a día, tintineando faenas de fantasía cada vez que Morfeo les arrulla bajo el Éter.
Se esconde de nuevo el sol en el horizonte recortado por las hojas de las vetustas encinas del campo. La luz del ocaso y los versos de Carlos Gardel entonados por la irrepetible hija de Enrique Morente ponen banda sonora a nuestra partida.
Volverán las estelas de bravura los ruedos a plagar.
Volverán las flores del triunfo los jardines de la dehesa a colmar.
Volverán, y volveremos a las tierras de Sepúlveda, donde los míticos Sánchez de Sepúlveda crían, miman y viven Desde la Afición al Toro Bravo el sueño de la ganadería brava.
Texto: Adrián Pérez Pérez
2 Comments
D. Luis al que todos quisimos, tiene en sus hijos dignos sucesores
Totalmente de acuerdo, son una gran familia. Saludos.