Dos viajeros amantes empedernidos del toro recorren hoy de nuevo su querida vía de la plata. Coronando el puerto de Béjar nos recibe el aún tímido sol del amanecer extremeño. El arco de Cáparra, una de las últimas reliquias romanas de la comarca, se erige cual arco de triunfo, vetusto y orgulloso pórtico del esplendoroso paisaje de la dehesa cacereña. A la sombra de su grandeza nos espera con su eterna sonrisa de ojillos inquietos un buen amigo, de esos que entiende que el toro es el retrato de toda una vida. Recorremos brevemente un sinuoso camino, flanqueado siempre de nuestros milenarios acompañantes, hasta vislumbrar el archiconocido depósito y la fastuosa portada que nos reciben orgullosos de las deidades que a sus pies se cobijan.
El ronronear del ronco susurro del motor del Willi en el que descubrimos el preciado tesoro que se guarda tan celosamente en esta casa, hace desperezarse a los apolíneos moradores de las llanuras de Los Baldíos. Los reflejos del aún perezoso Helios que se abren paso suavemente a través de las hojas de los antiquísimos quercus, junto con el resuello de fuego del amante de Pasifae, componen la más fiel alegoría al mito de Teseo y el Minotauro.
Impávidos nos contemplan las deidades que habitan estas tierras, sabedores de su poder, seguros de que nadie osará jamás profanar su Olimpo de bravura.
Recorremos este vergel extremeño en busca de los futuros héroes que partirán un día para forjar la leyenda inmortal de sus gestas, y la conquista de nuevos y más prósperos reinos dentro de nuestra piel de toro. Por doquier aparecen curiosos los alevines de toro bravo que, al igual que a sus mayores, son sorprendidos sesteando o tintineando sus noveles pezuñitas por el verde manto de la dehesa.
Sus madres, dignas herederas de la belleza de Afrodita, recelan y velan nuestra presencia en el acotado.
De entre las sombras surge la figura del rey supremo de este paraíso de la vida del toro. Titánico burel, que profiriendo guturales sonidos nos advierte de que estamos profanando su templo.
Reburdiendo sus cuitas a los vientos de Tarifa y Vejer hacen tronar su voz los infantes de bravura que la familia López Gibaja guarda celosamente en Los Baldíos.
Un lugar único, un oasis de amor por el toro bravo allende la sierra de Béjar, tierras donde ayer, el Imperio Romano asentó sus huestes en la conquista de Hispania.
Partimos de nuevo hacia tierras de nuestra amada charrería, el sol ya se pone cuando coronamos de nuevo el Puerto de Béjar. Jornadas como la de hoy inyectan directamente al corazón ese veneno irrefrenable del toro, días de campo que siguen animando a los dos charros viajeros a seguir transmitiendo Desde La Afición Al Toro Bravo la verdad del toro bravo en el campo.
Texto: Adrián Pérez Pérez
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