Vivimos en una sociedad plural, tolerante, compuesta por fragmentos de muy diversas partes del mundo; nuestro país siempre se caracterizó por ello. Moros, judíos y cristianos convivieron en la península durante siglos, entretejiendo una cultura rica como ninguna, un conjunto multicolor inigualable.
Algo parecido lleva ocurriendo durante varios años en una dehesa salmantina, próxima a tierras ledesminas y sita en la finca Las Jimaras, dentro del término de Gejuelo del Barro.
Berrendas, negras, castañas, coloradas, burracas, jaboneras y melocotonas estelas de bravura componen un conjunto de toritos de fantasía, con los que su propietario vive la ilusión del sueño de ser ganadero de bravo.
Nos recibe Carlos Rodríguez “Valrubio”, hijo de José Luis, conocido en toda la charrería. Mientras recorremos los cerrados donde las madres de bravura entregan su herencia genética, nos recita avatares de la lucha diaria por ser ganadero de lidia.
Vivimos una de esas mañanas que poco a poco se convierten en un disfrute para los sentidos, en la que vacas y becerros forman la más dulce delicia que un paladar de aficionado al toro puede encontrar.
Valrubio y Valdeflores. Ese binomio que está colmando de triunfos a una familia durante años, integrado por una amalgama de sangres muy dispares, pero que a la vez crean una sinfonía de bravura a la altura de muy pocas.
Nos despedimos de esta casa, añorando volver y esperando que todas sus inquietudes y ambiciones como ganaderos se cumplan.
Emprendemos el viaje de vuelta, cavilando cómo trasmitiremos la experiencia en esta casa. Siempre #DesdeLaAficiónAlToroBravo y con la verdad del toro en el campo.
Eternamente agradecidos a todas y cada una de las personas que nos han ayudado en estos primeros pasos.
Texto: Adrián Pérez Pérez.
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